martes, 26 de septiembre de 2017

Anagnosia


Recuerdo que cuando era pequeña, encontrarme con palabras que no conocía me desconcertaba y me fascinaba.
Me desconcertaba porque cada palabra nueva me demostraba que el mundo, tanto el físico como el mental, era inabarcable.
Y me fascinaba porque  iba comprendiendo, de manera intuitiva y difusa, que, al mismo tiempo,  cada palabra que aprendía me hacía el mundo más accesible.
Descubrir una palabra nueva era descubrir un aspecto nuevo de la realidad, y una forma más exacta, más precisa, de expresarla.

Y lo bueno es que me sigue pasando lo mismo. Como para confirmar aquellas primeras ideas indefinidas sobre la inmensidad de la realidad y la función de las palabras para conocerla y comprenderla, nunca he dejado de asombrarme con las palabras nuevas que he ido encontrando.

Horacio Quiroga
Horacio Quiroga (1878-1937)
Y esto es lo que me ha ocurrido hace muy poco con la palabra anagnosia.
La encontré en “La retórica del cuento  de Horacio Quiroga, donde el maestro habla de “mi elemental anagnosia del oficio”.
Me pareció que la palabra tenía una connotación negativa, pero el contexto no me sirvió para confirmar esa impresión. Así que, como siempre, fui al diccionario de la RAE como primer paso de la indagación. 
Pero hete aquí que me encontré con que la palabra anagnosia no viene recogida . Empezaba mal la pesquisa.

Pero eso no me arredró, más bien lo contrario, de manera que me puse a buscarla por otros rumbos y derroteros.
Y como me parecía una palabra de origen griego, busqué en el diccionario  pertinente. ¿Y qué me encontré? Pues que como significado de anagnosia figuraba… anagnosia. Así también hago yo un diccionario, oiga.

Después probé a poner la palabra directamente en Google, y aparecieron como resultado varios diccionarios portugueses. En ellos leí que anagnosia proviene del griego anágnosis, que significa “reconocimiento” y “lectura”, y que el término se utiliza para referirse a la lectura e interpretación excesiva -demasiado imaginativa- de un texto.

Interesante, pero obviamente esta definición no encajaba en el texto de Horacio Quiroga.

También me daba Google la referencia a un libro argentino del siglo XIX, titulado  Anagnosia: verdadero método para enseñar y aprender á leer con facilidad, inspirando al niño a la lectura y amor á la virtud y al trabajo.
Precioso, sin duda. Pero tampoco encajaba con la anagnosia de Quiroga.

Con estos resultados, seguí mi búsqueda  más intrigada aún de lo que estaba al principio, y entonces pensé que quizá anagnosia fuera la palabra agnosia acompañada  del prefijo negativo an-. Así que lo primero era comprobar si existía agnosia. Y ahora sí; agnosia aparece en el diccionario. Su origen está en el término griego agnōsía, que significa “desconocimiento”,  y se define como:  
"Alteración de la percepción que incapacita a alguien para reconocer personas, objetos o sensaciones que antes le eran familiares."

Esta definición tampoco  me servía para entender la frase de Quiroga, pero la etimología de la palabra sí me daba una pista útil:  si originalmente agnosia significa  “desconocimiento”, la forma negativa an-agnosia debía de ser “conocimiento”, lo cual sí resultaba coherente en el texto de don Horacio.
Intentando aclararme entre agnosias, anagnosias, desconocimiento e interpretaciones imaginativas,  conceptos con lo que, por cierto, me iba identificando cada vez más, encontré, por los mundos anglosajones, una definición similar de agnosia y la etimología de la palabra, que está formada por el prefijo a- (“sin”) y la palabra gnōsis (“conocimiento”). De aquí deriva también, dicho sea de paso, el término  “agnóstico”, que hace referencia justamente a la imposibilidad de saber.

La cosa se volvía cada vez más rara, porque, visto lo anterior, resulta que anagnosia es una palabra que contiene dos prefijos negativos, an- y a-, para adquirir un significado positivo, con lo que su sentido estricto viene a ser sin desconocimiento.
Sin duda ya, la frase “mi elemental anagnosia del oficio” significaba “mi elemental conocimiento del oficio”.

Pero me quedaba un misterio por resolver, a saber, ¿por qué las primeras referencias anagnosia que encontré tenían que ver con la interpretación de los textos?
Insistiendo un poco más en mis indagaciones di por fin con un diccionario griego-inglés que con toda la sencillez del mundo me indicó que la palabra anagnosia significa las dos cosas: “lectura” y “conocimiento”. Y es que, al fin y al cabo, ¿qué es la lectura sino conocimiento?
Así que quizá el primer diccionario griego que consulté no era tan simple como me pareció, porque ahora sé que puedo decir con toda lógica y coherencia que gracias a la anagnosia aumenté mi anagnosia. 





miércoles, 13 de septiembre de 2017

¿De qué va?


No hace mucho, por esos encuentros casuales que se producen en internet, di con una entrevista a un escritor islandés al que no conocía, Jon Kalman Stefánsson.
La cuestión es que el autor dice en la entrevista algo que me interesó: que saber “de qué va” un libro, de qué trata, no siempre es relevante, y que puede que la respuesta a esa pregunta no nos diga nada. Según él, lo que importa no es de qué trata el libro sino cómo es el libro.

Yo nunca me había parado a pensar en esto de forma consciente, pero en cuanto lo escuché reconocí la idea; es decir, es algo que yo también pensaba pero de forma difusa, porque nunca lo había meditado ni le había dado forma con palabras.

Herman Melville
Herman Melville
Pero creo que es verdad que muchas veces lo  más interesante no es de qué trata el libro, o cuál es la historia que cuenta, el argumento, sino la forma en que está contado. Y no me refiero siquiera al estilo, a las características del lenguaje, sino al enfoque que se le da a la historia, la forma en la que el autor la presenta, y las ideas que se encuentran en ella. Y más aún,  las ideas que nosotros como lectores extraemos. Es decir, lo que importa es lo que el libro nos hace pensar.

Por ejemplo, si alguien me preguntase “de qué va” Bartleby, el icónico relato de Melville, podría decir que va de un oficinista que se niega a hacer lo que su jefe le manda. No dice mucho, ¿verdad? Pero, en resumidas cuentas, de eso va la historia. 
Y, claro, si decimos sólo eso, estamos obviando algo tan importante como las ideas que se contienen en la historia, y también la forma magistral en que Melville va intrigando al lector. A medida que el bueno de Bartleby se va encerrando más en su educada y pertinaz negativa, va aumentando el misterio, y al mismo tiempo van apareciendo sugerencias sobre la condición humana: cómo nos enfrentamos cada uno a las situaciones conflictivas; cómo las circunstancias que vivimos condicionan nuestra visión de las cosas; qué nos hace ser a cada uno quienes somos; cómo manifestamos nuestra individualidad...
Todo esto, la forma en que se va desarrollando una historia, la forma en que capta nuestro interés, y las reflexiones que nos inspira, son tan importantes como el argumento y el tema, si no más.

Yo suelo bromear diciendo que ya desde los griegos está dicho todo, y que si algo  les faltó por decir, ya se encargó Shakespeare.  Es una forma de decir que todos los temas están ya tratados en la historia de la literatura. Y que por eso es absurdo empeñarse en ser original, pretender escribir sobre algo nuevo. Y de todas formas, dicho sea de paso, la originalidad no es garantía de nada: se puede ser muy insípido de una forma muy original.

Incluso hay quien dice, como es el caso del escritor Christopher Booker (que tiene un nombre de lo más apropiado, por cierto), que sólo existen unos cuantos temas básicos: la lucha contra el monstruo; la burla contra los poderosos; la búsqueda; el viaje; el renacer... y que todas las historias, de una forma u otra,  tratan sobre alguno de esos temas.
No sé si esto es simplificar demasiado, pero vistos de manera amplia, incluyendo todo lo que metáforas como “el monstruo” o “el viaje” pueden incluir, quizá no sea tan simple.

La cuestión es que la originalidad no hay que buscarla tanto en el tema como en la forma de tratarlo. Lo importante es el planteamiento y las ideas, lo que la historia nos aporta o nos inspira;  que nos haga meditar sobre cosas en las que nunca antes habíamos pensado, o que pensemos en ellas de manera diferente, con nuevas perspectivas; que nos sorprenda y nos diga algo de una manera interesante y propia.

Por eso, cuando me preguntan de qué va un libro determinado, siempre tengo la impresión de no hacerle justicia. Siempre siento que me quedo corta si sólo hablo del argumento. Y esa sensación está justificada, porque -salvo que el libro sea una verdadera simpleza-, incluso una mera obra de entretenimiento podrá evocar diversas ideas, sea cual sea la trama en la que esas ideas están contenidas.
Pero claro, cuando alguien pregunta de qué va un libro, espera una respuesta escueta, no una disertación, así que quizá sea inevitable que nos quede esa sensación de estar trivializando la profundidad del libro, y que siempre corramos el riesgo de que, como dice el escritor en su entrevista, la respuesta que demos no le diga mucho a quien nos preguntó.




viernes, 1 de septiembre de 2017

Un arte respetable


Dedicado a Rick

La filología es un arte respetable, un arte que exige un trabajo sutil
y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud.
(Nietzsche. Prólogo a Aurora, 1886)
  
Esta entrada responde a otra de las sugerencias propuestas por los lectores con motivo del noveno aniversario del blog. En este caso, como se ve por la dedicatoria, la sugerencia es de nuestro amigo Rick, al que le interesa mucho la filología, y en particular la etimología, es decir, el origen de las palabras.

Hermanos Grimm
Jacob y Wilhem Grimm
Se trata de un tema que aparece en este blog con cierta frecuencia, aunque casi siempre de manera secundaria, complementaria de otros temas, así que me complace grandemente hablar hoy de ella con cierto detenimiento.

Por empezar con un poco de historia, la etimología como estudio de las palabras, de cómo derivan y evolucionan unas a partir de otras, ya existía en la Grecia antigua, pero hasta el siglo XVII fue una cuestión de creatividad e imaginación lingüística más que una ciencia. La etimología como la disciplina que conocemos hoy empezó a tomar forma en el siglo XVIII y se desarrolló en el XIX, sobre todo con los estudios filológicos de los hermanos Grimm.

F. Nietzsche
Friedrich Nietzsche
Y si la etimología trata del origen de las palabras, qué mejor que buscar el origen de esta palabra. Es decir, la etimología de la palabra etimología, haciendo como quien dice un bucle, un agujero de gusano lingüístico. La etimología aplicada a sí misma; la metaetimología, si me apuran.
Sin darle más vueltas, este término proviene de la palabra griega etymon, que significa “sentido verdadero”,  con el sufijo –logia, por lo que la etimología es estrictamente “el estudio del sentido verdadero de las palabras”.
En honor a Nietzsche y su amor a la filología, podemos añadir que el nombre de esta ciencia procede del griego phileo, “yo amo” y logos,  “palabra” o “lenguaje”.
Pero Nietzsche era filósofo también, así que, ya que estamos, digamos también que el philosophos es el que ama la sophia, es decir, la sabiduría.
Quizás la etimología de estas palabras es  de las más conocidas, de las que todos aprendemos en un momento u otro. Pero en general el origen de las palabras es tan desconocido como interesante. Y es que muchas veces las palabras, como vemos aquí en ocasiones, tienen detrás una historia curiosísima.
Recuerdo que una de las primeras palabras cuya etimología aprendí fue candidato. Me gustó tanto conocer el sentido verdadero de la palabra, que durante un tiempo anduve explicándoselo a toda la familia cada vez que tenía ocasión. Me encantaba contar que en la Roma clásica los políticos aspirantes a un cargo vestían, para distinguirse, una toga blanca, es decir una toga cándida. Aunque el candidato no tuviera nada de candidus (blanco, sin malicia).
También aprendí años ha el origen de la palabra salario, que como seguramente saben ustedes proviene de la sal, ya que, tanto en el Egipto antiguo como en la Roma y la Grecia clásicas, a los trabajadores se les pagaba con sal, elemento muy valioso porque servía para conservar los alimentos y para curar las heridas.
Y más recientemente descubrí por casualidad el bello y sorprendente origen de otra palabra bonita de por sí: compañero.
Esta palabra deriva del latin compania que a su vez procede de cum y panis, es decir, con pan. Por lo que el sentido verdadero y último de compañero es “el que comparte el pan”.

Algunas veces la etimología de una palabra se nos aparece en la cabeza de sopetón, por sí sola, sin que nos paremos a pensar  ni tengamos que hacer ninguna averiguación. Es lo que me ocurrió hace poco, cuando en una conversación con un amigo surgió la palabra concatenado. Entonces, en el momento de decirla, me di cuenta de que el origen de esa palabra tenía que estar relacionado con la catena latina, y significar estrictamente encadenado, unido con catena.

Sin embargo, por muy segura que estuviese de que ésa tenía que ser la etimología de concatenado, fui a cerciorarme en cuanto pude, porque no quería caer en un caso de paretología.
La paretología, o paretimología, es, como ya hemos comentado alguna vez, la etimología popular o falsa etimología. Es decir, una explicación no científica del origen de una palabra, que es en realidad lo que hacían los antiguos, como decíamos más arriba. Y esto de la etimología popular  ocurre cuando asociamos palabras por intuición, porque la semejanza fonética que existe entre ellas nos lleva a pensar que una debe de provenir de la otra. Es lo que me pasaba a mí con adolescente y adolecer, como ya vimos aquí

Hemos mencionado a Nietzsche y a los hermanos Grimm como filolólogos y etimólogos, pero hablar de etimología  y no nombrar a Joan Corominas (1905-1997) sería un grave olvido, por no decir una injusticia. Su Diccionario etimológico de la lengua española es una obra fundamental  en la que con todo rigor el sabio analiza miles de  palabras; establece el origen y la historia de cada término; indica el momento en que cada palabra aparece por primera vez en un texto; presenta posibles etimologías alternativas en los casos dudosos, etc. 

Siempre me ha sorprendido que la etimología no se incluya en los planes de estudio como asignatura en sí misma. Bien enfocada y adecuando sus contenidos, podría ser una asignatura muy atractiva en todos los niveles de enseñanza. No ya por lo que nos enseña sobre nuestro idioma, sino también porque conocer el origen y la evolución de las palabras nos ayudaría a aprender otros con más facilidad; y porque conocer las raices de las palabras facilitaría el entendimiento de otras materias; y sobre todo porque  la etimología despierta la curiosidad, causa sorpresa e incluso divierte.
¿Están ustedes de acuerdo?