lunes, 19 de diciembre de 2016

Que hablen ellos (como es tradición)



Parece que al llegar los últimos días del año, que son como una frontera del tiempo, nos entran ganas, de forma natural, de poner alguna señal en esa frontera. Algo que sea como una banderita que clavásemos en el mapa de los días.
Y para marcar ese paso de un año al otro, ese paso que por alguna razón no nos deja indiferentes del todo, en este blog tenemos la costumbre de pedir a unos amigos que nos dejen unas palabras especiales; unas palabras de esas que ellos usan tan bien y que siempre nos dan motivo para meditar.

En esta ocasión John Fante, Stefan Zweig, Sándor Márai y Robert Louis Stevenson se han puesto de acuerdo para traernos unas reflexiones sobre las palabras precisamente. 
Todos se refieren a su importancia, al papel fundamental que tienen en la vida y las relaciones humanas, aunque Stevenson más bien parece que no se fía mucho de ellas. Pero eso es lo más interesante, porque cuantas más caras tenga un diamante, más reflejos emite y más brillante es su resplandor.

El primer destello es de John Fante, que nos habla de cómo las palabras, unas palabras determinadas encontradas en un libro determinado, pueden cambiar a una persona. Yo lo creo absolutamente, yo sé que eso ocurre y que el cambio siempre es para bien:


Tenía el libro en las manos,  y temblaba mientras me hablaba del hombre y del mundo, del amor y de la sabiduría, del dolor y la culpa, y supe que yo ya no podría ser el de antes.

-John Fante. La hermandad de la uva-


Y parece que Stefan Zweig está de acuerdo; la palabras pueden causar una conmoción en nuestro ánimo, tal es su fuerza cuando proceden de lo más hondo de una persona:


Hay estremecimientos súbitos […] ciertas palabras que son del todo verdad sólo una vez, en la intimidad, brotando de un tumulto inesperado de los sentimientos.

-Stefan Zweig. La confusión de los sentimientos-


Y cuando las palabras son así, tan verdaderas porque expresan la pura esencia de quien las dice, parece que son algo más que palabras:


Y hay noches en que las palabras no suenan a falsedad, como si no fuésemos nosotros, los protagonistas de la noche, quienes las pronunciáramos, sino la noche misma.

-Sándor Márai. La gaviota-


Quizá por eso puede parecer, y quizá así sea, que las palabras, a veces, tienen autonomía; que no somos nosotros quienes las usamos cuando las necesitamos, sino que ellas vienen a nuestro encuentro cuando es el momento oportuno, y nos alumbran el camino:


Las palabras se encadenan, se ajustan unas a otras, no hay que perder el tiempo  amoldándolas; seguramente hacía tiempo que se preparaban para un gran  momento, y cuando aparecieran, como las imágenes de un sueño, surgirían de pronto y cobrarían sentido, convertidas en imágenes y frases […] El significado de las palabras no es sólo lo que significan, sino el ámbito que iluminan. Uno se pone en marcha en la oscuridad iluminada por unas pocas palabras.

-Sándor Márai. La extraña-


Y ahora llega Stevenson y nos dice que él no se fía tanto de las palabras, porque a veces se mezclan como no deberían, o porque el cerebro las elabora y les hace perder su espontaneidad:


Pero la mirada o el gesto explican las cosas en un instante, comunican el mensaje sin ambigüedad. A diferencia del lenguaje, los gestos no tropiezan por el camino con un reproche o una alusión que apartarían a tu amigo de la verdad; y además tienen una autoridad superior, pues son la expresión directa del corazón, que no ha sido transmitida mediante el cerebro infiel y sofisticado.

-Robert Louis Stevenson. La verdad de la conversación-

  
Palabras. Nuestro mundo humano está hecho de palabras. Nada existiría sin las palabras.
Y gracias a las palabras, ustedes y yo nos encontramos aquí, en este otro mundo en el que no hay gestos ni miradas, pero sí todo lo demás: significado, verdad, sabiduría, sentimiento…
Por eso quiero darles las gracias a todos ustedes por su gratísima compañía durante este año, y desearles mucha felicidad para el próximo. 
Espero que sigan acompañándome en este mundo de las palabras.


Morgan Library, New York




miércoles, 7 de diciembre de 2016

Las tentaciones de Candi

Cuento


Candi llegó al escaparate de la confitería en el momento en que el pastelero colocaba una bandeja de merengues gratinados. El hombre le sonrió, al tiempo que le hacía gestos para que entrara. Pero Candi, desde la calle, rechazó la invitación.

Era un suplicio que esa pastelería estuviese tan cerca de su trabajo. Le resultaba imposible pasar sin ver las tartas de chocolate, los bollitos de nata, los bizcochos de licor… Y a ella le daba la impresión de que engordaba con sólo mirarlos.

Muchas veces había entrado en la pastelería celestial, y había comprado bombones y dulces de muchas clases. E incluso en algunas ocasiones el pastelero le había regalado unas pastas inglesas o unos pastelitos de gloria, o cualquier otra golosina. Quizá en agradecimiento a su fidelidad, quizá para mantenerla.

Pero llegó un momento en que a Candi aquella lujuria confitera empezó a parecerle pecado. Tenía que dejarlo o se condenaría a las penas de la báscula.
Sin embargo, no iba a ser fácil. El camino del infierno está empedrado de almendrados y crocantis, y las caídas son continuas. Más aún si alguien con gorrito blanco y sonrisa almibarada va poniendo la zancadilla.

Un día, cuando Candi ya había decidido no volver a entrar en la pastelería, e incluso miraba para otro lado cuando pasaba por delante, oyó una dulce voz que le decía:
-Señorita, ¿ya no me quiere usted?
-¿Cómo? –preguntó la joven con un respingo.
-Ya no entra usted nunca  -dijo el pastelero desde la puerta, con embaucadora aflicción.
-Bueno… -titubeó Candi-, ya vendré un día de estos. Tengo prisa.
Y acelerando el paso se alejó de la pastelería como quien huye de las tentaciones de Satanás.

Pero como no tenía más remedio que pasar por allí, pocos días después volvió a tropezar con el meloso repostero. Parecía estar esperándola, apoyado en la entrada de la tienda, con su gorrito y su sonrisa, los brazos cruzados sobre el delantal y el aire ufano de quien sabe que tiene las de ganar. Y le dijo:
-Pase usted, mujer, y verá qué rollitos de canela tenemos hoy. Y unas tartaletas de fruta… Le regalaré una, para que las pruebe.
Y la pobre Candi, temblorosa como un flan de huevo, respondió:
-No, no, gracias, otro día  -y pasó de largo.
El confitero la siguió con la mirada. Y mientras la miraba, sonreía.

Habían pasado varias semanas desde el día en que Candi decidió no volver a comer dulces, y empezaba a sentir que se merecía una pequeña satisfacción para compensar tanto esfuerzo. Pero ¿y si por un momentáneo placer echaba por tierra todo ese esfuerzo y volvía a caer en el abismo de la dulce gula?

Una vez más tuvo que pasar por delante de la confitería. Y una vez más estaba el pastelero en la puerta.
-¿Y hoy? –le dijo-. ¿Tampoco va a entrar usted hoy?
Y al ver la actitud dudosa de Candi, insistió:
-Total, por un pastelito pequeño no va a pasar nada. ¿Quizá una bolita de coco? ¿O un hojaldre ligerito?

Y Candi, mordiéndose el labio y mirando al confitero como pidiéndole clemencia, hizo ademán de poner un pie en el escalón de la pastelería.


Confitaira Nacional.  Praça da Figueira, Lisboa.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Cada uno a su manera

(Incluye un juego)

Una amiga mía dice que yo no leo libros sino que me los estudio. A mí me hace gracia la ocurrencia, pero creo que en realidad algo de eso hay.

Robert Walser Historias de amorEn ocasiones, personas que me conocen pero no mucho, dan por hecho que leo muchísimo, y me preguntan, con curiosidad, cuántos libros leo al mes. Seguramente esperan que les responda con alguna cifra llamativa, pero la verdad es lo contrario: que leo muy poco. Es verdad que leo a diario, pero leo pocos libros al cabo de un mes. Diría que, por término medio, leo tres libros al mes, calculando una media de doscientas páginas por libro y teniendo en cuenta todas las excepciones que se puedan presentar. Es decir, pueden ser cuatro, dos o incluso sólo uno, según las circunstancias.

La escasa cantidad de libros leídos por mí al mes o al año se explica sobre todo por mi notable lentitud. Hay muchas personas que leen dos libros a la semana, o que incluso pueden leer un libro en un día. Yo, en cambio, me desplazo por las páginas como una tortuga por el campo: pasito a pasito, con parsimonia, sin prisas  por llegar al final. ¿Y a qué se debe esa lentitud?, puede que se pregunte alguien. Y la respuesta es muy sencilla: es que además de leer despacio me detengo muchas veces. Leo las frases, las releo, las subrayo;  leo y vuelvo a leer los párrafos que más me gustan, los señalo; vuelvo atrás cuando dudo sobre algún detalle... Y así todo lo que se tercie.
Otras veces ocurre que  la página o el párrafo me resultan tan ágiles -ya sea por su emoción o su ritmo-, que lo leo no como la tortuga sino como la liebre, porque las palabras parecen ir a galope y arrastrarme en su carrera. En esos casos, claro, después de esa primera lectura veloz, también vuelvo atrás para leerlo otra vez más despacito. 

Claro está que todo esto depende de cada libro. Hay algunos en los que no encuentro motivo para tanto detenimiento. Pero cuando sí lo encuentro me parece un desperdicio no leerlos así, con deleite y dedicándole tiempo y atención. Porque lo que me interesa no es sólo avanzar para ver cómo se resuelve la cosa, sino adentrarme y complacerme en todos los detalles de la historia, del lenguaje y de las ideas.
Rebecca Capbell The explorer
The Explorer (Rebecca Campbell)
Y entonces me parece como si la historia, las palabras y los pensamientos que voy leyendo fueran una especie de transfusión,  alguna clase de suero que se deslizara por mi organismo como un esquiador por una pista de nieve: con suavidad y sin freno, y levantando a su paso un revuelo de emociones.

Todo esto no es más que mi manera de leer, mi forma de relacionarme con el libro y que coincide con mi forma general de proceder. Pero no quiere decir que me parezca necesariamente la mejor forma de leer. De hecho, muchas veces me pregunto si es necesaria tanta demora, tanta dilación, para extraer del libro su esencia. Y si no sería mejor dedicar menos tiempo a cada libro y abarcar más, como esas personas que leen diez libros al mes y que en verdad me producen cierta envidia.
Pero supongo que esto no tiene remedio, y que cada uno lee a su manera del mismo modo que hace todo lo demás a su manera.

El caso es que al pensar en esto no he podido evitar preguntarme cómo leerán ustedes. Y como una cosa lleva a otra, he pensado que podría estar bien hacer un pequeño juego, de esos que a veces planteamos en este blog, y que viene a ser lo que ya hicimos en aquella  otra entrada titulada De-text-ives.
Así que si les apetece, la idea es que dejen ustedes aquí sus amables comentarios, pero no con su identificación habitual sino con seudónimo; y que en ese comentario me digan cuál es su forma de leer, cuántos libros leen por término medio al mes o al año, si se consideran lectores lentos o rápidos… en fin, todo lo que les parezca oportuno. Y yo, por mi parte, guiándome por el estilo de esos comentarios, por el idiolecto, o por lo que creo saber o intuir de ustedes como lectores, intentaré adivinar quién se oculta detrás de cada seudónimo.  
Espero que les parezca interesante esta propuesta y, en cualquier caso, espero sus comentarios como siempre.
Muchas gracias.


Oporto librería Lello & Irmao


jueves, 17 de noviembre de 2016

Matías

Cuento

Con su traje de lino, su sombrero de verano y su bastón de adorno, Matías paseaba por la calle como quien no quiere la cosa.
—Qué buena planta tiene este hombre —decían las mujeres al verlo pasar.
—Allá va, como todos los días —decían los hombres, y se guiñaban el ojo unos a otros. 
Y Matías, ligero y jovial como un pajarillo en primavera, seguía su camino hasta la panadería de Manolita como si nada, como si no se diera cuenta de que lo miraban; como si ni siquiera se hubiese dado cuenta de que tenía ochenta años.

Pero los tenía, y se le notaba sobre todo en los recuerdos.
Algunas veces, por las noches, se quedaba pensativo, acordándose de todo. “Madre mía, cuántas cosas han pasado”, se decía. 
Y en esas ocasiones pensaba que quizá sus nietos tenían razón y estaría bien escribir unas memorias.  

Por eso una tarde se sentó a la mesa, con un café y un montón de folios, como los escritores, y empezó a redactar. Escribió sobre sus padres y sus hermanos, anotó algunas anécdotas de la infancia… pero se cansó en seguida. “Será la falta de costumbre”, se dijo. “En estas cosas hay que ir con tiento”. Entonces se acostó y se durmió, y a la mañana siguiente se levantó dispuesto de nuevo a ir por el pan y a vivir el día.

Poco tiempo después, estando de charla con sus amistades, alguien le dijo: 
—Matías, y usted que tiene tan buena cabeza, ¿por qué no escribe sus recuerdos? Seguro que tiene mucho que contar. 
Y Matías volvió a pensar en las dichosas memorias. Y una tarde volvió a sentarse, con su café y sus folios, a escribir. 

Pero algo le impedía avanzar. Era ponerse a rememorar y empezar a sentirse incómodo, como si aquello de andar manoseando los recuerdos le sentara mal. 
Así que dejó la tarea, y mientras se preparaba la cena no podía evitar sonreír al ver el pan que le vendía Manolita. Y además se lo comía con muchas ganas. 

Puso la tele y apareció un médico que estaba dando consejos para la edad provecta. 
—También es muy bueno —decía el galeno— que las personas mayores escriban sus recuerdos… 
—Y dale con los recuerdos—dijo Matías, cambiando de canal. 
Y mirando la pantalla volvió a sonreír pensando en el pan que compraría al día siguiente.


bread basket cesta de pan

lunes, 7 de noviembre de 2016

Sínquisis


Sínquisis, sí.
La primera y única vez que esta curiosa  palabra me salió al encuentro fue al leer los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau.
Y aunque todos los textos que componen esta obra son un poco locos (que para eso son de Queneau), lo de la sínquisis me pareció algo tan absurdo y tan psicodélico que sentí mucha curiosidad por este concepto y quise saber más sobre el asunto.

Raymond Queneau
Raymond Queneau
Por eso sé que esta palabra proviene del griego synchysis, “mezcla”; que es una figura retórica que utilizaban con frecuencia los poetas clásicos latinos; y que consiste en colocar las palabras dentro de la frase de manera irresponsable, formando una auténtica mixtura verborum o cacosíndeton, como también se denomina.

Dicho de otro modo, la sínquisis consiste en alterar el lógico orden de las palabras. Vamos, como si la sintaxis en huelga puesto  se hubiese  y las palabras se colocaran como buenamente les pareciera.

Por eso Queneau dice: “Arrogante y llorón con un tono, que se encuentra a su lado, contra el señor, protesta.” O:  “en la Roma plaza de lo encuentro más tarde dos horas...”
Lo cual es como aquello de “Caído se le ha un clavel” pero a lo bruto: el hipérbaton llevado al extremo del disparate.

Yo si la utilización me pregunto de esta técnica tiene alguna finalidad concreta que no sea la pura gana de entretenerse por parte del escritor, o de poner a prueba la paciencia del lector.
Porque desordenadas escribir tan frases, como un puzzle sin montar, hace muy difícil y engorrosa la comprensión del texto. Y no me parece que producir lector en el desconcierto sea la mejor manera de atraer su interés por lo escrito. Más bien me parece que se corre el riesgo de que abandone la lectura, harto de leer frases incomprensibles.
Si yo escribiera algún texto, lo último que lo leyese querría es confundir a quien.
Y si fuese lector de un texto escrito así, con sínquisis, creo que el orden de andar las frases recomponiendo de tener que me cansaría.

Pero la verdad es que, ahora que caigo, leer el texto de Queneau me resultó divertido. Me gustó las frases observar cómo había trastocado y cómo, a pesar de la confusión inicial, y sin llegar a ordenar las palabras de manera lógica, podía intuir el mensaje. Y me divirtió ir en su lugar poniendo las palabras natural, viendo cómo surgía el orden que se escondía en el revoltillo.

Vaya, cuanto más lo pienso, más gracia le voy encontrando a esto de la sínquisis.

Quizá Queneau sólo pretendía jugar con las palabras, algo en lo que era experto; pero tal vez, de paso, este juego sirva para dar relevancia a las palabras mismas, a las relaciones que hay entre ellas y a las leyes que gobiernan el lenguaje, de las que no siempre somos conscientes.
Quizá en estos casos el mensaje sea lo de menos, sólo el medio por el que las palabras se hacen notar  y la excusa para que el lector acepte la invitación de unirse al juego.


mandala


sábado, 29 de octubre de 2016

Parejas complejas, 11


Hay parejas que además de ser complejas son muy jocosas. Y no me refiero a esas parejas de cómicos que nos hacen reír (o no) en la tele; ni a los políticos que se enzarzan en duelos dialécticos a ver cuál de los dos dice la gracia más graciosa del día.

Me refiero, cómo no, a las parejas de palabras que parecen hechas para ponernos en un aprieto cuando llega la hora de utilizarlas.
Y no es que las palabras sean cómicas per se. Muchas veces, de hecho, son palabras muy serias y circunspectas. Pero es que cuando las utilizamos sin la precisión y la cautela necesarias, formamos sin querer frases que dan mucha risa. Mucha más que los pretendidos chascarrillos de algunos cómicos, y casi tanta como las ingeniosísimas frases que algunos próceres de la política dejan caer en los micrófonos y en las redes sociales.

Beethoven
Beethoven diseñando un tendido eléctrico
Para ejemplificar esto que digo, les presentaré el escabroso caso de la pareja formada por electrizar y electrificar.
Como saben ustedes, electrizar significa exaltar o excitar a alguien, mientras que electrificar, que parece casi lo mismo, es hacer que algo funcione mediante electricidad o proveer de electricidad un lugar.

Sí, las dos palabras parecen casi lo mismo, y que es lo mismo es lo que debieron de creer los responsables del documental sobre Beethoven que vi hace poco, en el que la voz del narrador dijo que el músico, en sus conciertos, era capaz de “electrificar al público”.

A mí me dio risa, la verdad, pero el error es sonrojante.

Por cierto, hace unos días, en la novela Alves y Compañía de Eça de Queirós, leí: “Pero como el empleado se azaró un poco…”
Y entonces una duda me asaltó y me sobresaltó: ¿Azarar? ¿ No es azorar?
Y lo que me dijo el diccionario volvió a sobresaltarme, conturbarme, y causar intranquilidad en mi ánimo.

escudo de Málaga
El escudo de la
denodada ciudad
Porque resulta que azarar significa, mira por donde, sobresaltar, conturbar o sonrojar; mientras que azorar significa, mira por donde otra vez, conturbar y sobresaltar, pero también irritar o infundir ánimo.
Es decir, que si algo nos sobresalta podremos decir que nos azoramos o nos azaramos, sin temor a equivocarnos; pero si nos irrita, sólo deberemos decir que nos azora; y si nos hace ruborizarnos, que nos azara.

Cosas veredes, Sancho amigo.

Y azorada o azarada, es decir, sobresaltada, se sintió una compañera de clase un día, cuando alguien comentó el lema del escudo de la ciudad de Málaga. Porque éste dice: “Siempre denodada - La primera en el peligro de la libertad - Muy hospitalaria - Muy benéfica - Muy noble - Muy leal”.
Y la muchacha, desconcertada, se preguntaba cómo una ciudad hospitalaria, noble y todo eso podía ser denodada. Y es que había confundido denodada, es decir, esforzada o atrevida, con denostada, o sea, insultada o calumniada.

Cuando comprendió el equívoco se le pasó el sobresalto, pero no el sonrojo. Es decir, ya no estaba azorada pero sí azarada.

Y es que las parejas complejas tienen como misión dejarnos en evidencia, sonrojarnos e irritarnos. Eso es algo ya sabido; pero que se recreen rizando el rizo, enroscándose sobre sí mismas y haciéndonos caer en una especie de remolino léxico-semántico, azorándonos, azarándonos, y denostándonos aunque hagamos esfuerzos denonados por aclararnos, es de una mala idea electrizante.


azor
El azor, un pájaro que asusta y sobresalta a otras aves,
y responsable de la pareja azorar/azarar



lunes, 17 de octubre de 2016

El asombro


“Había llegado a ese grado de emoción en el que se tropiezan las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme“.
-Stendhal-


He realizado recientemente un viaje por Portugal, y una las ciudades en las que he estado ha sido Coimbra. Tenía mucho interés en visitar su Universidad (siglo XIII) y en particular la excepcional Biblioteca Joanina (siglo XVI).

La Torre y la Galería  Latina
Cuando preparaba el viaje y supe de la prohibición de hacer fotografías en la Biblioteca no sentí, como cabría pensar, desilusión, sino al contrario, me alegré. Y después, estando allí, comprendí que no podía ser de otra forma. Intento imaginar por un momento a un grupo de personas en la Biblioteca, rodeadas por esos ilustres 60.000 volúmenes, mirando no con los ojos sino a través de un visor o una pantalla, y capturando no las sensaciones sino unas inertes imágenes fragmentadas, y me parece una frivolidad, por no decir una burla.

La Biblioteca era la última etapa de la visita a la Universidad, por lo que antes subí a la Torre, recorrí la Galería Latina, vi la sala de los Capelos,  la de las Armas, la Capilla… Y todo me pareció asombroso.
Cuando llegué a la Biblioteca tuve que aguardar turno, ya que las visitas están programadas de manera que sólo pueden entrar sesenta personas como máximo cada veinte minutos.
Yo había visto, claro está, imágenes de la Biblioteca que me habían dado idea de su esplendor, así que mientras esperaba a que sus puertas se abriesen para mí, me preparaba para contemplar los libros que cubren las paredes y que datan de entre los siglos XV y XVIII; los fabulosos techos, las estanterías doradas, las mesas de maderas exóticas, las columnas de fantasía…

Joao III (1502-1557),
fundador de la Biblioteca
Cuando por fin llegó nuestro turno para entrar, mis acompañantes y yo éramos los primeros del grupo, y de nosotros yo fui la primera en entrar. Y durante un instante, al poner el pie dentro de la sala maravillosa y levantar la vista, me quedé sin respiración.
Y esto no es una expresión. Me sentí intimidada, asombrada, maravillada.
Por un lado me impresionaba pensar que durante esos primeros instantes, al entrar, yo era la unica persona del mundo que estaba viendo aquel lugar. Y me parecía que los libros me miraban desde sus estantes enrejados y me saludaban, permitiéndome contemplarlos.

Pero también sucedía que lo que me rodeaba no tenía nada que ver con lo que yo había visto en imágenes. Era algo no bello sino sobrecogedor. Porque no se trataba sólo de la belleza espectacular que percibía con la mirada; era algo más, algo intangible que no se transmite en las fotografías ni en los documentales. Es algo que sólo se puede sentir estando allí, y que tiene que ver con el saber acumulado durante siglos en aquellos libros; con la capacidad de la mente humana para concebir lugares así; con la voluntad de los hombres de conservar los conocimientos y el arte de quienes los precedieron. Con el afán de crear mundos dentro de nuestro mundo. Y tiene que ver con el silencio, con la solemnidad, con el respeto.

Casi no me atrevo a decir, por temor a resultar exagerada, que todo eso me emocionó de tal manera que no pude contener las lágrimas.
Y supongo que en un caso así es inevitable pensar en el llamado síndrome de Stendhal. Pero no creo que fuera eso lo que me ocurrió. No sentí ninguno de los síntomas físicos que, según los expertos, configuran tal síndrome. No, simplemente fue una emoción muy intensa, una gran impresión, un sentimiento apasionado, provocado por las sensaciones y los pensamientos que he referido.

Y creo que por eso mismo, por proteger esas emociones, esa consideración  y reverencia que merece el lugar, por lo que es y por lo que representa, es por lo que no se permite hacer fotografías. 
Y por eso, aunque había sesenta personas en la sala, sólo se oía ese silencio vivo que se produce cuando callamos por respeto, cuando nos sentimos pequeños porque sabemos que lo que nos rodea es más trascendental que nosotros.


"Este es el emplazamiento que la augusta Coimbra dio a los libros,
para que la Biblioteca le corone la frente"


sábado, 8 de octubre de 2016

Cuento sobre unas botellas


-Mira, Mariola, otra. Ya van tres este mes –dijo Marina
-Debe de haber por ahí muchos naúfragos. O muchos enamorados.
-A veces es lo mismo.
Marina saltó al agua y cogió la botella. Se la dio a Mariola.
-Ábrela.
Mariola sacó el mensaje y leyó: “Lanzo esta botella al mar como lancé mi amor al viento. Si alguien recoje la botella, quizá también ella recoja mi amor.”
-¿La devolvemos al agua?
-No, la guardaremos nosotras. Así nos aseguramos de que se cumpla el deseo de este romántico.

Ni Mariola ni Marina ni ninguna de sus compañeras sabían cuántas botellas habían guardado ni cuántas habían devuelto al mar desde que tomaron la determinación de intervenir en su suerte. Unas veces se trataba de recoger las botellas; otras, de colocarlas en la corriente adecuada para que llegasen donde tenían que llegar, o de acercarlas a la orilla cuando se quedaban atrapadas entre las olas y no hacían más que girar sobre sí mismas.

Pero eran muchas botellas. Algunas las habían encontrado cuando ya habían envejecido en el mar; otras habían acabado estrellándose contra las rocas, derramando su mensaje en el agua.
Y esas botellas perdidas, malogradas, fueron las que habían llevado a Marina a idear su plan de rescate. Porque no podía dejar que tantos mensajes se perdieran, que tantas intenciones quedaran en nada.

Sin embargo, hoy dudaba. Se preguntaba si en verdad su ayuda era conveniente o si estaría en realidad inmiscuyéndose en los planes del destino. ¿O tal vez ella misma formaba parte de esos planes? ¿Cómo saberlo? ¿Y cómo saber siquiera si existía eso que llamaba destino?

Sentada en su roca, con el sol en el pelo, mirando el agua mientras pensaba, Marina vio otra botella flotando, naúfraga, indecisa. Y pensó en el destino, que, fuese lo que fuese,  había llevado la botella hasta allí.
Y entonces, con una elegante sacudida de la cola, las escamas relucientes como espejos de agua y sal, se lanzó de nuevo al agua.


mensaje botella

Nota: Como ven, este cuento no tiene título, sino que está encabezado por lo que es más bien una definición. Y es que ninguno de los títulos que he pensado me convence. ¿Se les ocurre a ustedes alguno? Gracias.

jueves, 29 de septiembre de 2016

El juego de la abadesa. Conclusión


Llegamos al final de nuestro juego-experimento lingüístico. Ya solo queda que les muestre el texto que elaboré originalmente, en el que incorporé las palabras que inventamos.

Pero quisiera también comentar algunos aspectos del asunto  que me parecen interesantes.
Como dijimos, se trataba de ver las semejanzas y diferencias que se producirían entre las versiones escritas por ustedes y ese texto de partida. Es decir, ver qué significados o interpretaciones daban ustedes a las palabras inventadas, y ver cuánto coincidían con los significados que les di yo.

Y como cabía esperar, las versiones que han hecho ustedes del texto se asemejan mucho, lo cual demuestra que el contexto, como es sabido, es fundamental para la interpretación de las palabras.
Sin embargo, aunque el sentido general de casi todos los textos sea el mismo; aunque la escena descrita sea prácticamente la misma en casi todas las versiones, resulta interesante observar algunos casos concretos.

Por ejemplo, la palabra alonias, que en el texto original se refiere a las cortinas, ha recibido también el significado de hojas, mariposas y pajaritos.
Más dispares aún son los significados atribuidos a velverio, que yo utilicé para nombrar el cielo y que ustedes han interpretado como espacio, sol, jardín, horizonte, jazmín y velamen.
Y algo parecido ocurre con ledomé. A mí me pareció que sólo cabría interpretar esta palabra como libro, pero ustedes, claro, la han imaginado también como cabeza, diario, cuaderno, portátil y conciencia.  
Quizás ospanzo, farfundio y entrequedente sean las palabras que más variedad de significados han recibido, pero siempre dentro de un mismo campo semántico. Nuevamente,  el contexto manda.

Pero ya sabemos que no se trataba de “acertar” qué significados di yo a las palabras inventadas, sino de ver cuántos posibles sentidos podían tener, guardando, claro está, una lógica determinada. Así que también era importante que los textos,  las versiones escritas por ustedes, tuvieran coherencia; es decir, que los significados dados a cada palabra guardasen una relación lógica entre sí y diesen como resultado una escena congruente.

Y precisamente con respecto a la coherencia,  merece una mención especial la segunda versión elaborada por *entangled*, que dando a las palabras significados inesperados pero coherentes entre sí y con el desarrollo de la narración, ha transformado el texto magistralmente, convirtiéndolo en una auténtica danse macabre digna de un poeta medieval.

También Holden, tomándose más libertades, ha ideado un contexto totalmente distinto al original, un mundo algo alucinógeno pero regido igualmente por la coherencia interna.

Por último, este juego, que me parece más interesante cuanto más lo analizo, nos lleva a pensar en otra importante cuestión, como es la arbitrariedad del lenguaje. Es decir, que entre una palabra y su significado no hay una conexión natural, sino que esa conexión está establecida por convención. Y lo que hemos hecho nosotros es eso exactamente: establecer convenciones, acuerdos, por los cuales a partir de ahora podríamos decir  nuar en vez de luz,  farfundio en vez de suelo, o  glisenfauto en vez de perro, y nos entenderíamos perfectamente.

Les dejo aquí el texto original para que, si lo desean, puedan compararlo con las versiones escritas por ustedes:

"Una mañana

Las alonias/cortinas  amarillas bailan despacio delante del limalante/balcón abierto. La nuar/luz de la mañana se filtra por ellas de manera  que más que amarillas parecen doradas.
La brisa, lenta y milani/fresca, hace que se ricen, se ondulen y se levanten un poco, como tímidos fantasmas que quisieran entrar en mi habitación.

De vez en cuando las alonias/cortinas se separan del limalante/balcón lo suficiente como para que yo pueda ver, desde la cama, el velverio/cielo ospanzo/azul y luminoso, y la mensabida/barandilla del limalante/balcón. Y las tolicuapas/macetas que colgué ahí hace menos de un fixp/mes ahora tienen virallamas/flores amarillas y blancas. Y las virallamas/flores, el limalante/balcón, el velverio/cielo y las alonias/cortinas me parecen la vida misma. El color, el movimiento y la nuar/luz me parecen seres vivos y la brisa su respiración.

Sin levantarme puedo saber lo que ocurre ñon/abajo, en la pasator/calle.
Unos  orenes/niños  bertillos/pequeños  juegan con un fufito/balón. Otros, mayores, se deslizan y hacen cabriolas con sus grosmios/patines, que apasconan/resuenan en el farfundio/asfalto con alzamando/estruendo entrequedente/crepitante.

También escucho el negro orzaludo/graznido de las gaviotas y el blanco gorjeo de las areupimas/golondrinas.
Y una malia/mujer se ríe, y quizás a su lado va un hombre satisfecho por esa risa.
Un glisenfauto/perro espudia/ladra a lo lejos, y un sagéter/coche pasa despacio. Las alopamas/campanas de la hildeñada/iglesia  dan la hora, y el glisenfauto/perro vuelve a espudiar/ladrar.

Mi ledomé/libro, con las palabras por ahora calladas, reposa sobre las alaisas/sábanas.
Todo parece tranquilo en esta mañana amarilla de domingo."


***

Muchísimas gracias a todos por participar en este experimento léxico con tanta agudeza y simpatía. Y gracias también a  aquellos que, por el motivo que sea, no han podido deleitarnos con sus versiones. La intención también cuenta. 



domingo, 18 de septiembre de 2016

El juego de la abadesa. Segunda parte


En la entrada anterior, como recordarán ustedes,  planteamos un divertimento lingüístico basado en la lingua ignota creada por Hildegarde von Bingen en el siglo XII.
El juego consistía en que ustedes inventasen una o dos palabras cada uno, a las que yo atribuiría un significado determinado. Después elaboraría un texto en español en el que integraría esas palabras inventadas, en sustitución de otras tantas de nuestro idioma.

old manuscriptTodos ustedes han colaborado con dos palabras, de manera que, para mi satisfacción, me he encontrado con un vocabulario ignoto considerable. Además, no he podido resistir la tentación de inventar  un par de palabras yo también.
Y esto, el disponer de tanto vocabulario, me daba dos posibilidades: o hacer un texto breve en el que las palabras inventadas tuviesen mucha presencia, o uno largo en el que esas palabras estuviesen más repartidas y en un contexto más amplio, que daría más pistas para su interpretación.
No hace falta decir que la primera opción me ha parecido mucho más interesante y divertida.

También me resulta muy interesante observar las diferentes “personalidades” que tienen las palabras que han creado ustedes. Las hay que suenan delicadas, como alaisa, velverio o nuar; las hay que resultan divertidas o cómicas, como fufito, ñon o farfundio; otras suenan contundentes y decididas: entrequedente, orzaludo, glisenfauto… Incluso hay una que es claramente extraterrestre: fixp.

Por eso el texto que he elaborado ha adquirido, por fuerza,  esos matices tan diferentes, lo que le da, creo yo, una musicalidad extraña y atrayente.

Como verán enseguida, a la mayoría de las palabras que hemos inventado les he dado valor de sustantivo, de nombre común; pero hay también algunos verbos y adjetivos. Para los cambios de género y número y  la conjugación de los verbos he aplicado las reglas gramaticales del español, como Hildegarda aplicaba las del latín a sus palabras ignotas.

Una vez tengamos las versiones que ustedes elaboren, publicaré una nueva entrada con el texto original, para que puedan ustedes mismos comprobar las diferencias y similitudes entre éste y sus propuestas, y cuánto se parecen o se diferencian sus propuestas entre sí.

Ésta es la lista de participantes con las palabras que ha inventado cada uno (entre paréntesis, en su caso, la categoría gramatical señalada por el participante):

Sara: ledomé, sagéter                                                        Soros:  ñon, fixp
Guille: virallama, nuar                                                      Marisa: mensabida, alzamando
Macondo: orene, alopama                                               MJ: hildeñada, pasator
*entangled*: limalante, espudiar (sust. y verbo)       Holden: fufito, orzaludo    
JuanRa: velverio, tolicuapas                                           Rick: grosmio, farfundio  
Conxita: alaisa, milani                                                Manuela:entrequedente, apasconar (adj. 
Anónimo: bertillo, ospanzo (adjetivos)                   y verbo) 
Carlos: areupima, glisenfauto                                   Ángeles: alonia, malia                                                                                                           
Y éste es el texto:
           
"Una mañana

Las alonias amarillas bailan despacio delante del limalante abierto. La nuar de la mañana se filtra por ellas de manera  que más que amarillas parecen doradas.
La brisa, lenta y milani, hace que se ricen, se ondulen y se levanten un poco, como tímidos fantasmas que quisieran entrar en mi habitación.

De vez en cuando las alonias se separan del limalante lo suficiente como para que yo pueda ver, desde la cama, el velverio ospanzo y luminoso, y la mensabida del limalante. Y las tolicuapas que colgué ahí hace menos de un fixp ahora tienen virallamas amarillas y blancas. Y las virallamas, el limalante, el velverio y las alonias me parecen la vida misma. El color, el movimiento y la nuar me parecen seres vivos y la brisa su respiración.

Sin levantarme puedo saber lo que ocurre ñon, en la pasator.
Unos  orenes  bertillos  juegan con un fufito. Otros, mayores, se deslizan y hacen cabriolas con sus grosmios, que apasconan en el farfundio con alzamando entrequedente.

También escucho el negro orzaludo de las gaviotas y el blanco gorjeo de las areupimas.
Y una malia se ríe, y quizás a su lado va un hombre satisfecho por esa risa. 
Un glisenfauto espudia a lo lejos, y un sagéter pasa despacio. Las alopamas de la hildeñada  dan la hora, y el glisenfauto vuelve a espudiar.

Mi ledomé, con las palabras por ahora calladas, reposa sobre las alaisas.
Todo parece tranquilo en esta mañana amarilla de domingo." 

***

Ahora pasen, si son tan amables, al saloncito de los comentarios para dejar su traducción del texto y todo lo que deseen comentar.
Espero que lo pasen ustedes tan bien como lo he pasado yo jugando con sus palabras.
Muchas gracias. 


Leonardo Da Vinci manuscript

Aquí la conclusión del juego