lunes, 25 de agosto de 2014

Ingredientes para un enigma


¿Se imaginan ustedes que existiera un libro escrito en un idioma que nadie entendiera? ¿Y que estuviera además lleno de  dibujos y gráficos que nadie supiese interpretar?
¿No sería intrigante un libro así, de factura medieval, de cuidada caligrafía y vivo colorido, que hubiera llegado hasta nosotros sin título, sin fecha y sin nombre de autor?
Pues lo cierto es que tal libro existe, y que no son estos los únicos hechos  interesantes relacionados con él.
Pensemos ahora  en un joven polaco, químico de formación, que por motivos políticos fue encarcelado y deportado a Siberia en 1885;  que cinco años después consiguió escapar y que tras diversos avatares consiguió llegar a Londres, donde se estableció definitivamente y comenzó una nueva vida como coleccionista y vendedor de libros  antiguos y curiosos.
El joven se llamaba Wilfrid Voynich.
 
Ahora nos vamos a Italia. Allí, en la ciudad de Frascati, había un antiguo edificio llamado Villa Mondragone, que pertenecía a la Biblioteca del Vaticano y que los  religiosos jesuitas habían convertido en escuela privada. A principios del siglo XX, necesitados de dinero, los religiosos  decidieron  vender parte de los fondos de su biblioteca. Ante tal reclamo para bibliófilos no es de extrañar que Voynich viajara hasta allí y acabara comprando una buena cantidad de manuscritos.
Entre ellos estaba el libro indescifrable, que desde poco después sería conocido como Manuscrito Voynich.
 
Esto ocurrió en 1912 y desde entonces hasta hoy el manuscrito Voynich ha seguido siendo un verdadero misterio sin resolver.
Muchos expertos, incluido el propio Voynich, trataron de descifrar el contenido de sus páginas, y tan imposible resultaba que algunos decidieron que el libro era una falsificación, que el idioma en el que estaba escrito era una lengua inventada y que en realidad no había nada que descifrar porque no significaba nada.
Se llegó incluso a acusar al propio Voynich de ser el autor del fraude, de haber creado un falso libro antiguo.
Sin embargo, investigaciones posteriores permitieron datar con certeza el manuscrito en  el siglo XV. Y también se  averiguó que el lenguaje  en el que está escrito tiene rasgos en común con las lenguas naturales. Es decir, no era un lenguaje inventado, sino un idioma real codificado.
 
Esto llevó a pensar que el libro pudiese ser un tratado de alquimia, pues los alquimistas, considerados herejes, publicaban sus estudios e investigaciones en textos cifrados. Pero teorías sobre el contenido y el idioma del libro hay otras muchas, como la que afirma que se trata de una obra de juventud de Leonardo da Vinci;  la que propone que se trata de un manual de higiene escrito en alemán medieval y en espejo, es decir, con la caligrafía invertida; la que asegura que es un texto escrito en un idioma secreto y que Jesús entregó a Judas; o mi favorita, según la cual el manuscrito Voynich es un libro llegado del futuro, escrito en hebreo cifrado y que trata sobre tecnología alienígena.

A pesar de todos los intentos, serios o disparatados, por descifrar el enigma, Voynich murió en 1930 sin saber cuál era el mensaje de su libro.
El siguiente propietario del manuscrito fue un coleccionista americano, Hans Peter Kraus, que lo compró a los herederos de Voynich en 1961, y que en 1969 lo donó a la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde se conserva en la actualidad.
 
Y de actualidad vuelve a estar el manuscrito Voynich en 2014.
El pasado mes de febrero se anunció que Stephen Bax, lingüista de la universidad de Bedfordshire y experto en manuscritos medievales,  ha conseguido penetrar en el misterio del libro y dar con la clave para desentrañarlo, utilizando minuciosas técnicas de análisis lingüístico.
Así ha logrado decodificar nueve palabras, correspondientes a nombres de estrellas y plantas como tauro, centaurea, algodón o eléboro.
Según el catedrático, estas palabras, que pueden ser el punto de partida para descifrar el texto completo, llevan a pensar que el manuscrito Voynich es probablemente un tratado sobre la naturaleza y que está escrito en alguna lengua oriental.
Qué emocionante tiene que ser descubrir el misterio de un libro cuyas páginas han permanecido en silencio durante 600 años.
Qué emocionante debió de ser para Wilfrid Voynich intuir la importancia del manuscrito que le había comprado a los frailes italianos.
Y qué emocionante es imaginar a alguien, perdido en el tiempo, escribiendo esas páginas, llenándolas con palabras secretas y dibujando, a la pobre luz de una vela, enigmáticas figuras. Alguien queriendo dejar testimonio de sus ideas; queriendo preservar, con enorme esfuerzo y dedicación, lo que sabía de su mundo  que es también el nuestro. 
               


 

lunes, 11 de agosto de 2014

Nabokov se equivoca


Necesito que tú, lector, nos imagines,
 porque nosotros no existimos si no existes tú.
Vladimir Nabokov. Lolita.


Por un momento voy a atreverme a llevarle la contraria a Nabokov. Porque yo creo que los personajes literarios, algunos al menos,  tienen vida propia y por lo tanto existen sin necesidad de los lectores.
Y no me refiero, claro está, a la vida que tienen dentro de los libros, sino a una vida “de verdad”, independiente de las historias en las que los conocemos.

gutenberg painting printing press imprentaA veces me imagino que existe una dimensión diferente, un universo paralelo al nuestro, un mundo simultáneo en el que viven seres reales, y que los personajes que encontramos en los libros son el reflejo literario de esos seres.
Porque si no fueran reales sería  imposible que resultaran tan verdaderos, tan creíbles, por increíbles que puedan parecer; tan auténticos y tan vivos que inspiran en nosotros los mismos sentimientos que nos inspiran nuestros semejantes, de cuya existencia no tenemos duda.

Así pues, decidido: los personajes literarios son reales y viven en algún sitio.

Bueno, esto no es más que una teoría fantasiosa, claro está, pero lo cierto es que existen personajes en la literatura que atraen a los lectores de manera extraordinaria. Y algunos de esos personajes llegan a tener tal carácter, tal identidad por sí mismos, que se convierten en figuras autónomas e independientes de la obra literaria en la que nacieron y del autor que los creó.
Es el caso de Don Quijote, Hamlet, Sherlock Holmes, Mister Scrooge, Emma Bovary, Edmundo Dantés, Ana Karenina, Alicia… y de otros quizás menos recurrentes pero igualmente simbólicos, como Atticus Finch, Gregor Samsa, Holden Caulfield, Lázaro de Tormes, esos otros en los que están ustedes pensando y algunos más.

Pero aparte de estos grandes nombres, de estos personajes universales, hay otros que destacan mucho menos, que no siempre aparecen en las listas ni en los recuentos, que se quedan modestamente en segundo plano, pero que son igual de importantes, o incluso más, para lectores determinados.
Son los favoritos de cada uno de nosotros, los personajes que nos deslumbran inesperadamente, los que nos llegan al corazón por sorpresa, los que quedan en nuestro recuerdo aun después de que olvidemos las historias en las que los encontramos.
De estos personajes he conocido, como ustedes, a unos cuantos, pero hoy nombraré sólo a dos de ellos: Arturo Bandini y John  Harper.

Arturo Bandini tendría que caerme mal, por desconsiderado y arrogante. Era lo que estaba previsto cuando empecé a leer Camino de Los Ángeles, una de las cuatro novelas que John Fante le dedicó.  Pero, al contrario, me inspira una gran ternura. Está tan solo y tan perdido, buscando como puede su lugar en el mundo, aplazando sus sueños y siempre en conflicto con los demás y consigo mismo, que resulta conmovedor. No sabe comportarse ni relacionarse con los demás, pero eso no lo hace malo, es que no ha tenido dónde ni con quién aprender. Y parece que cuanto más se esfuerza por resultar un tipo duro, más frágil y desvalido lo veo.
Bandini es tan interesante, tan complejo y está tan vivo que no es posible que sea una mera ficción. Tiene que existir en algún sitio.

John Harper tiene nueve años y una responsabilidad tremenda: proteger a su hermana del ogro y guardar el secreto que le confió su padre antes de que lo condenaran a muerte.
Este chiquillo tan asustado y tan valiente me ha robado el corazón  desde las páginas de  La noche del cazador, de Davis Grubb.
Al hablar de esta novela es inevitable referirse a la maravillosa película de Charles Laughton y a la interpretación que hace Robert Mitchum del siniestro predicador Harry Powell.
Pero en la novela no es el predicador el que me hace pasar las páginas con entusiasmo,  sino John, el huérfano dickensiano, el niño perdido de cuento de hadas. El héroe involuntario, que agotado y muerto de miedo sigue adelante, fiel a su palabra y al recuerdo de su padre, es el que me sorprende y el que me conmueve.
Yo estoy convencida de que este niño está en ese limbo literario, en ese mundo alternativo en el que viven los personajes que no necesitan de los lectores para existir.

Y ustedes, ¿qué personajes tienen en el corazón? ¿Qué personajes les son tan queridos que les parecen personas reales?

 Alice in Wonderland (George Dunlop Leslie,1879)