sábado, 23 de julio de 2011

Cuento. Se vende

(Divertimento veraniego)

-¿Si?
-Sí, buenos días. ¿Es ahí el piso que se vende?
-Sí, sí, aquí es.
-Pues es que yo estaría interesado… ¿Cuándo podría venir a verlo?
-Bueno, ya que está usted ahí, ¿por qué no sube ahora?
-Ah. Estupendo. Gracias.

-Hola, buenos días.
-Pase, pase.
-Gracias.
-Venga por aquí y le voy enseñando las habitaciones…

-Bueno, pues el piso es magnífico, señora. Y si el precio es lo que me ha dicho, nos podríamos poner de acuerdo…
-Pero me falta por enseñarle una habitación, la de los libros, ¿no quiere verla?
-Ah, tienen una habitación para libros…
-Sí, es que mi marido los devora. Aunque ya más bien los libros nos devoran a nosotros. Vamos, que no nos cabe ni uno más. Se reproducen yo no sé cómo.
-Sí, lo comprendo, porque a mí me gustan mucho también y tengo montones.
-Espere, que la abro. Es que la tengo cerrada con llave porque por las tardes vienen los nietos y mi marido no quiere ni que se acerquen.
-Claro… ¡Vaya! Menuda biblioteca tienen ustedes aquí. Y yo creía que yo tenía… ¿eh? Pero… ¡Señora!, ¡que me ha dejado usted encerrado! ¡Abra la p… aaahhh! ¡¿Pero qué es esto?! ¡Oiga, abra, abra! ¡Que me comen…aaggh… que me comen…!
-Ya, ya, si es lo que le vengo diciendo –murmuró la mujer al otro lado de la puerta.

Acto seguido, salió al balcón. Hacía viento y había que afianzar el letrero de SE VENDE.
Aunque no tenía la menor intención de vender.



domingo, 10 de julio de 2011

Una niña y unos libros (segunda parte)

(viene de aquí)

Otros de los libros que había en casa  eran La cabaña del Tío Tom y el Viaje a la Luna, de Julio Verne.

Me encantaban las encuadernaciones. Los dos eran de tapa dura y de tamaño cuartilla. En la del Tío Tom se veía, en primer plano, la cabeza de un señor negro con el pelo blanco y rizado, con un fondo azul celeste y en el de Julio Verne, un cohete acercándose a la luna.

Teníamos también una edición de Robinson Crusoe, en tapa dura, de color crema, con un dibujo, o más bien un boceto, de un hombre caminando por una playa, cubriéndose con un parasol de hojas de palmera o similar.

Y me acuerdo de que ese libro me hizo sentir como una auténtica lectora fracasada.

Para empezar, yo veía la portada del libro y leía: Daniel Defoe. Robinson Crusoe, y no sabía quién era el autor y quién el personaje.
A lo mejor por eso, por intentar averiguar ese enigma, un día me dio por leerlo. O más bien por intentarlo, porque no leí más de dos o tres páginas. Es duro reconocerlo, pero es que no me enteraba de nada.

No sé exactamente qué edad tenía yo en aquel momento, pero seguramente no más de nueve o diez años, y tengo una imagen clarísima de mí misma diciéndole a mi hermano que no me gustaba leerlo porque estaba lleno de palabras que no entendía.
Y eso me hizo pensar que la lectura de libros no era cosa para mí, pues creía yo, ingenua, que siempre sería igual, que nunca sabría más palabras de las que sabía en ese momento.

Pero al verano siguiente hice un feliz descubrimiento.
Había en el barrio una pequeña biblioteca municipal de la que mi hermano se hizo socio.
Permítaseme aquí un paréntesis para señalar que mi hermano era también un niño, poco mayor que yo, pero intelectualmente mucho más maduro.
Tendría unos doce años y los sábado por la mañana iba a la biblioteca y se traía un par de libros.
Creo recordar que  me explicó que se podían sacar hasta tres libros cada vez, y renovar el préstamo todas las veces que hiciera falta.
Se ve que, a pesar de mis fracasos anteriores, mi curiosidad por los libros seguía funcionando porque le pregunté a mi hermano si podría sacar alguno para mí.
Así que a la vez siguiente fui con él, y curioseando por allí encontré algo que me llamó la atención: unos libros que se titulaban Los Cinco, y que contaban las aventuritas de una pandilla de niños y un perro que se pasaban la vida yendo de picnic al campo y siempre acababan metidos en andanzas detectivescas.
Me llevé a casa uno de esos libros y me lo pasé bomba leyéndolo.
Acabé leyendo un puñado de ellos, con gran deleite y afán. Cada vez que terminaba uno, mi hermano me traía otro de la biblioteca.

Gracias a estos libros descubrí un par de cosas que han marcado mi vida como lectora.
Una: que me encantaban las historias de misterio, miedo, emoción y peligros.
Dos: que no me gustaba nada leer libros de biblioteca, porque después de leerlos no los quería devolver.
Y no es que tuviera tendencias delictivas, ojo. Es que descubrí que a los personajes de los libros que nos gustan se les toma cariño –o algo parecido- y se convierten en ‘amigos’ de los que no nos queremos despedir; y que el propio libro se transforma en un objeto preciado, con valor sentimental, y que por tanto desprenderse de ellos es doloroso.

Así que decidí que no quería más libros prestados. A partir de entonces solo leería libros que fueran míos y de nadie más.
Y como la experiencia de Los Cinco me había gustado, quise leer más cosas de ese tipo, de aventuras, misterios y situaciones peligrosas.
Pero claro, ya necesitaba dosis más fuertes de adrenalina literaria, así que de las aventuras light de Los Cinco pasé directamente a las historias terroríficas de Stephen King.

Descubrí al maestro gracias a una revista de Círculo de Lectores, del que mi madre era socia. Yo no sabía quién era ese señor King, pero como decía allí que escribía novelas de miedo, le pedí a mi madre que me comprara uno de aquellos libros.
Y así, con once años o doce recién cumplidos, no más, me zampé El Resplandor, y me dio tanto susto y me lo pasé tan bien, que después de este pedí otro, y después otro... y desde entonces, Mr King y sus libros han estado siempre conmigo.

Después, lógicamente, fueron llegando a mi vida muchos otros libros y autores, algunos de los cuales pasaron  inmediatamente a ser miembros de mi club personal  de favoritos.  

Pero esto es ya  el comienzo de otra historia, de otra serie de experiencias relacionadas con los libros, la lectura y las sensaciones que nos produce.
Porque, en efecto, los libros producen emociones y sensaciones únicas, exclusivas, que no se encuentran de otro modo.
A veces basta incluso con tocarlos…