Observo desde mi terraza un panorama inusual. Algo grande ha debido ocurrir y yo no me he enterado.
La gente se ha echado a la calle a celebrar algo. Todos están contentísimos, gritan, saltan, cantan, se abrazan, agitan banderas... Hay un ruido abrumador, que debe ser el sonido de la felicidad. Los coches dan vueltas y vueltas; uno toca el claxon y otros le contestan repitiendo un ritmillo sincopado que todos conocen.
Pongo la tele en busca de un programa informativo que me aclare la situación. Espero encontrar algún locutor anunciando que se ha encontrado la cura definitiva para el cáncer, o la vacuna contra el sida... No, no hay nada de eso. Sigo cambiando de canal... hablan de fútbol, parece que el equipo nacional ha ganado un partido importante, pero no doy con la noticia que explique los fuegos artificiales y la alegría desbordante que hay en la calle. Quizá los países han llegado a algún acuerdo utópico, o quizá han dado con la fórmula para acabar con la miseria en el mundo, o para dejar de depender del petróleo... Nada, no hay más que fútbol en todas las cadenas... ¡Ah!, ya me imagino, un tanto desilusionada: será una noticia de alcance sólo provincial, y como no tengo sintonizado ningún canal local... Decido bajar a la calle a preguntarle a la gente. Me acerco a un matrimonio con dos niños pequeños que agitan sendas banderitas rojigualdas. Le pregunto a la señora qué ha pasado, qué se celebra, y mientras mi corazón se prepara para unirse al alborozo colectivo, veo que la señora, el marido y hasta los chiquillos me miran asombrados, incrédulos y casi asustados. "Pero, mujer -me dice la señora- ¿tú de dónde has salido?". "De mi casa", respondo apabullada. "¡Chiquilla, que España ha ganado la Copa de Europa! ¡Que somos campeones!"
"¡Oé, oé, oé, oé...!", grita la familia al unísono, mientras se une a otro grupo de felices que pasa junto a nosotros en ese momento. "¡Campeones, campeones...!"
"Desde luego, cómo soy -me recrimino- Un acontecimiento así y yo pensando en tonterías".