miércoles, 20 de agosto de 2008

Viva el lenguaje

Para mí no hay nada más fascinante que el lenguaje humano. Creo que es el mayor éxito de la evolución, y creo que sin él ningún logro de la humanidad hubiera sido posible. Todo se basa en la comunicación entre unos seres humanos y otros, y de esa capacidad de comunicarse deriva el mundo que hemos creado: la sociedad, la ciencia, la guerra, el arte, la tecnología... Sin el lenguaje, la civilización humana no sería lo que es. Puede que ni siquiera fuese. Porque sin el lenguaje -creo yo, con permiso de sabios como Piaget- no existiría el pensamiento, o por lo menos el pensamiento complejo. Sería en todo caso un pensamiento primitivo, elemental, más parecido al instinto que al razonamiento.

Es fantástico que con sólo un puñadito de sonidos y un puñadito de símbolos que representan esos sonidos, hayamos podido crear, y sigamos creando, la barbaridad de palabras que tenemos para nombrarlo todo, lo material y lo abstracto, y que podamos expresar la barbaridad de ideas que cualquiera expresa al cabo del día, desde un simple hola hasta el discurso más retórico y florido; desde el concepto más genial a la tontería más tonta. Con los mismos elementos.

Y es que el lenguaje es como una maquinaria maravillosa de posibilidades infinitas. Y como un juguete extraordinario cuya capacidad para entretener nunca se agotara. Porque las palabras son mágicas.

Digo esto porque el lenguaje, usado convenientemente, puede ser la monda, y procurarnos más diversión que cualquier juego de cualquier clase.
Es obvio que para crear diversión con el lenguaje hace falta un cierto grado de ingenio, de creatividad y de conocimiento. Pero es que también es cierto que, a veces, cuando el lenguaje se cruza con la ignorancia, produce expresiones jocosas involuntarias que pueden llegar a ser más divertidas que cualquier chiste premeditado.
Hace poco oí en la calle a una señora que hablaba con otra sobre alguien que ambas conocían. Por lo visto, ese conocido común había fallecido recientemente, y según la señora que lo contaba, "iba por la calle tan tranquilo y de pronto le dio un infarto fumigante".
Al parecer, el mundo de la medicina da para muchas de estas creaciones hilarantes. Recuerdo a una vecina que decía que su marido tenía "una hernia fiscal". Si el hombre se hubiera dedicado al Derecho la cosa tendría su lógica, pero no era el caso.
Y otra vecina nos decía que su padre seguía en el hospital pero ya le habían quitado el "engranaje", como si el pobre señor fuera un reloj de cuerda. Reconozco que tardé un rato en comprender que lo que le habían quitado era el drenaje.
Fuera del ámbito médico, un amigo mío oyó a alguien decir que iba a instalar "una antena parapléjica". Quizá fuera el mismo que dijo que a la plancha había que echarle "agua destinada". Y hablando de destino, hay quien encuentra milagroso que una carta o un paquete lleguen donde tienen que llegar, y quizá por eso un señor decía que conviene mandar las cosas "por correo santificado". Y el caso es que creo que algo de razón tenía...

Estos ejemplos provienen de gente de la calle, gente común y corriente, como yo, pero no quiere esto decir que no se den casos semejantes, y con más delito y menos gracia, entre los que pasan por listos y cultivados. Algunos sueltan perlas lingüísticas que deberían tener multa.

Ya dije antes que creo que para pensar hacen falta las palabras. Pero se ve que para usar las palabras no siempre es imprescindible pensar...

lunes, 11 de agosto de 2008

En la penumbra (última parte)

Cuando estaba en casa, solo, invadido por la pereza, incapaz de nada que supusiera un mínimo de acción, pensaba en ella. Pero esos pensamientos no traicionaban el recuerdo de mi amada esposa, porque la mujer de la iglesia no me inspiraba amor, ni nada parecido a él. Mi amor seguía y sigue siendo para mi esposa, y lo que en verdad deseaba era haber podido hablar con ella sobre la misteriosa figura enlutada.
Aunque ella, con su talante práctico y su carácter alegre y mundano, probablemente se habría reído dulcemente y me habría dicho que tanto trabajo me había alterado el entendimiento.
Y realmente, todo aquello era algo completamente absurdo. Tanto que ni para mí mismo tenía sentido.

Así pensando, concluí que aquella mujer etérea no podía ser más que una ilusión de mis sentidos, embotados no por el trabajo sino por la soledad, por la melancolía, por la falta de resignación ante la muerte de mi esposa, por el dolor insuperado. Y llegué a sentir verdadero temor a obsesionarme y a que mi mente se trastornara y enfermara seriamente. De modo que resolví no volver más a la iglesia. Era el único modo de apartar de mi vista a esa persona, o fantasma, o ensoñación, o lo que quiera que fuese. Y apartándola de mi vista, conseguiría, tarde o temprano, apartarla de mi pensamiento, y evitar así un desconcierto permanente de mi ánimo.

Pero, por otro lado, no podía renunciar al sosiego y la paz que la iglesia me proporcionaba y que ahora necesitaba doblemente.De modo que elegí al azar una nueva iglesia en la que sentarme a recibir la balsámica influencia.
En pocos días fui visitante asiduo de una iglesia muy pequeña, muy antigua, en el centro de la ciudad. Un reducto de silencio y penumbra en medio del agotador ajetreo mundano.
Sentí por fin mi cuerpo y mi alma descansar. Pero este descanso sólo duró unos días, pues al cabo, la volví a ver. Allí estaba la figura negra, ella, buscándome. Y me encontró. Me miró, no de frente, sólo moviendo lentamente la cabeza, dirigiendo sus ojos hacia mí, con tal intensidad que me pareció que me tocaba.
Y he de decir ahora que sentí miedo. No porque esa mirada pareciera cruel ni amenazante. Sentí miedo porque empecé a comprender.
Pero aun mayor que el miedo fue la curiosidad. Y fue la curiosidad, y el deseo de saber y comprender, y estar seguro, lo que me llevó al día siguiente a otra iglesia. Y al día siguiente a otra, y a otra... Y en todas ellas, cada día, la encontré. Y cada día me miró, y con su mirada, esa mirada que como dedos me tocaba, me envió un mensaje que aún no he logrado descifrar por completo.
Ahora, mi único deseo, mi único afán, es que esa mujer quimérica me hable, o que de algún otro modo me haga comprender por fin. Porque ya no temo nada. El miedo ya lo he perdido. La esperanza la conservo. La duda permanece.

viernes, 8 de agosto de 2008

En la penumbra (2ª parte)

No supe ni sé si lo que sentí al ver aquella figura fue temor o esperanza, o ambas cosas a la vez. Pero indiferencia, ninguna.
Volví a la iglesia muchos días desde entonces, y allí estaba siempre ella, de pie, vestida de negro, rozando el suelo el leve vuelo de la falda, y en las manos, el misal.
Siempre parecía concentrada en el altar, fija la mirada, y sin más movimiento que el de la respiración y el lento parpadeo.
Yo no la veía llegar, sino cuando ya estaba allí, de pie, a un lado de la nave. Y nunca se marchaba antes que yo. Cuando me levantaba para partir, ella se volvía y la veía alejarse, hacia una puerta interior.Era hermosa, pero no era su belleza lo que me hacía mirarla, sino su misterio. No parecía tener edad, como tampoco parecía tener una vida fuera de la iglesia. Tan frágil aparentaba ser, tan silenciosa y quieta, que no podía ser imaginada formando parte del bullicio exterior. No podría sobrevivir.
Nunca la había visto mirarme, pero sabía, aunque no tengo explicación para esta certeza, que ella estaba allí por mí. Sabía que entre nosotros tenía que haber alguna clase de comunicación, y yo deseaba que esa comunicación se produjera.
Llegó un momento en que no pensaba en otra cosa. Ya iba a la iglesia a diario, y su imagen, su forma de moverse y de estar quieta, ese aire fantasmal, me intrigaba y me fascinaba.Quise acercarme a ella en alguna ocasión, pero me detuve, sin saber cómo dirigirme a tan sutil criatura. ¿Qué le diría? Y en algún otro momento fue ella quien, intuyendo mi intención de acercarme, impidió tal cosa, girando lentamente su oscura silueta y desapareciendo de mi vista aún no sé cómo...

miércoles, 6 de agosto de 2008

Cuento. En la penumbra (1ª parte)

No soy creyente. No tengo fe religiosa ni devoción por lo sagrado. Pero es en una iglesia donde mejor me encuentro. Es en su ambiente espeso de silencio y cera donde mi espíritu encuentra la serenidad que le falta. Donde mi mente se aquieta y mis pensamientos se detienen por fin a descansar.Es esa callada luz que envuelve el murmullo de los rezos la que ilumina mi alma y la salva por un momento de sus tinieblas.

Desde que mi esposa murió no he sabido vivir. Porque en realidad era ella la que guiaba tanto su vida como la mía. Porque yo, voluntariamente, dejé que ella se convirtiera en brújula y timón de mi existencia. Y ahora sé que no debí llegar al extremo de dependencia al que llegué. Qué gran error es dejar que sea otro quien lleve las riendas de la propia vida, aun siendo ese otro la vida misma.

Pero yo siempre fui un hombre aburrido, sin iniciativa, para el que lo más fácil era dejar que ella, llena de energía y empuje, me indicara el camino, y señalara los obstáculos y la forma de salvarlos.

Y sintiéndome perdido sin ella, abandoné el deseo de vivir, porque dejar pasar los días, sumido en la penumbra de los recuerdos y el lamento, no es vivir, sino dejarse morir lentamente.

Cuando comprendí que nada de lo que hiciera o dejara de hacer volvería las cosas a su estado anterior, empecé a salir de mi abatimiento e intenté retomar mis ocupaciones.Así, volví de vez en cuando a mi despacho, aunque sólo para resolver lo imprescindible y delegar en mi secretario todo lo demás.



Fue en una de esas escasas salidas cuando reparé en un edificio amarillento, encajado en una estrecha callecita, abriendo humildemente sus puertas a quien por allí pasara; esperando pacientemente, desde hacía un siglo, para ofrecer el bálsamo de su atmósfera a las almas como la mía, necesitadas de consuelo.
Y entré, no a rezar, sino a descansar mi cuerpo y sosegar mi ánimo. Y encontré el descanso y el sosiego, pero también la duda.
Yo, que nunca había tenido más que la certeza de los números, de los resultados, de todo lo que se puede contabilizar, medir, pesar y reflejar en un documento, me encontraba ahora desbordado por una visión...